—Tú estar equivocado, Melena al Viento. Tú deber saber que dificultad no sólo ser peligro, sino que también ser oportunidad.
—Y lo sé, Gran Jefe Comansi, pero... estoy acojonado.
—Acojonado? Qué ser acojonado?
—Oh! Perdona Gran jefe. Acojonado quiere decir que simplemente... tengo miedo.
—Tú buscar en ti a gran guerrero. Tú siempre ser gran guerrero. Por qué estar... acojonado ahora?
—Verás. El momento es muy complicado, hay pocas oportunidades, y precisamente ahora ha aparecido una de las más importantes de mi vida. Temo no saber aprovecharla, no ser merecedor de ella... y estropearlo todo.
—Tu temor venir por tu atención. Tú no prestar tanta atención y tú no tener temor. Dejar fluir como agua de río.
—Dejar fluir, dejar fluir... como si fuese tan sencillo.
Gran Jefe Comansi dio una profunda calada a la pipa, entornó los ojos, bizqueó, y desde allí, desde la cima de la montaña del elefante, contempló el valle, alzó su vista hacia el estrellado cielo y miró la luna. Los veloces destellos de la pequeña hoguera que nos prestaba su calor recorrían su agrietado rostro y dejaban ver, en la oscuridad de la noche, los vivos colores de las pinturas de guerra que cincelaban sus mejillas. La tez del Gran Jefe me recordaba a una piel de búfalo curtida al sol durante lustros. De sus comisuras y de los agujeros de su nariz salía lentamente el humo del peyote, que al mezclarse con el de la hoguera, dibujaba en el cielo curiosas figuras que bien hubiesen podido ser las siluetas de sus ancestros deseando comunicarse con él.
—Tú no deber quejarte como si ser niña abandonada. Tú deber recordar que terreno rocoso no necesitar de plegaria, sino de puntiagudo tomahawk.
—También lo sé, pero es mucha la presión y no me siento con fuerzas ahora. No estoy en mi mejor momento Gran Jefe, eso es todo.
El aullido de un lobo a lo lejos precedió al ademán con el que el Gran Jefe me ofrecía la pipa sosteniéndola con sus brazos extendidos, las piernas cruzadas y la espalda erguida. La tomé, la acerqué a mi boca y con tímidas aspiraciones la hice humear un poco. Tosí sujetando mi garganta entre mis dedos y se la devolví. El Gran Jefe la depositó con delicadeza sobre unas piedras, colocó las manos sobre sus rodillas y fijó su mirada en mi.
—Tener que enfrentar con espíritus que perturbar tu mente, Melena al Viento. Tu miedo ser imaginado. Todos poder vencer a enemigo empleando mucho esfuerzo, pero vencer a enemigo inventado requerir de esfuerzo extra.
—Estoy algo perdido Gran Jefe. Qué puedo hacer?
—Tener miedo ser virtud del valiente. Sólo el cobarde dejarse dominar por él. Así que si querer ser fuerte como bisonte, tú no comer bisonte, tú comer lo que come él.
—... No sé por donde empezar...
—Empezar por combatir contra ti mismo, y esa ser la más dura de las guerras, pero la mejor de las victorias.
El Gran Jefe Comansi se puso en pie, alzó los brazos e inició una milenaria danza dando vueltas alrededor de la hoguera y entonando una vieja plegaria.
“No te detengas en mi tumba a llorar no estoy allí. Soy ahora una de las brisas que soplan. Soy el brillo del diamante en la nieve. Soy la luz del sol en el grano maduro y soy la suave lluvia del otoño. Cuándo te despierte en la mañana una ráfaga de aire. Soy yo. Soy yo la gentil brisa que se levanta en círculos con el vuelo reposado de los pájaros. Soy una de las tenues estrellas que brillan en la noche. No te detengas en mi tumba a llorar. No estoy allí. No he muerto”.
Créditos Imagen: Gran Jefe de Comansi. Colección particular.
Mi vecina Maria Dolors era una auténtica genio con eso del Tricomarc. Resultaba alucinante verle tejer aquellos vestiditos, bufandas y ponchos para sus muñecas. Combinaba los colores a la perfección y tan pronto hacía rayas, como cuadros, como delicadas cenefas en los bordes de toda aquella ropita de juguete. Maria Dolors presumía de sus muñecas y de cómo las llevaba vestidas.
Yo me sentaba a su lado sin decir nada, ni palabra. Contemplaba el modo en como se manejaba con el ganchillo, las agujas de tejer y aquellos extraños bastidores de distintos colores y tamaños que habían en el interior de su caja del Tricomarc de la Srta. Pepis.
—Toma, prueba —me decía a la vez que me daba el ganchillo y un ovillo de lana.
—Yo? Quita, quita! Te has vuelto loca? —le respondía.
Eso de tejer era de niñas, y cualquier amigo mío que me viese haciendo bufanditas para muñecas, no hubiese dudado un solo instante en contarlo por todo el barrio y en convertirme en el marica más grande del mundo mundial.
—Así no. La lana por encima del dedo, y ahora... una vuelta —me enseñaba ella que jamás perdió la paciencia conmigo a pesar de que fui muy mal alumno.
Otro día Maria Dolors se presentaba en mi casa para jugar conmigo. Yo le abría la puerta y allí estaba ella, con el uniforme del colegio de las monjas, pintada como un cuadro, con sombra azul sobre los párpados, carmín rojo en los labios y unos coloretes rosados que le daban el aspecto de haberse bebido media botella de tintorro.
—Jugamos? —me preguntaba.
—Vale. A qué?
Yo no había reparado en que bajo el brazo traía su juego de maquillaje de la Srta. Pepis. Una enorme caja que a mi me daba cierto miedo ya que en ella había una cara en forma de máscara que servía para probar todos los potingues que incluía el set.
—Pues a qué va a ser? Nos vamos a tu habitación, y yo te pinto.
—A mi? Quita, quita! Te has vuelto loca?
Y así Maria Dolors probaba qué tono de base de maquillaje le iba mejor a mi piel, y resaltaba mis labios con ese rojo carmín que sabía a rayos.
—Por qué no pintas esa cara que va en la caja? —le preguntaba.
—Esa cara es un timo. La pintura no coge bien. Es imposible pintarla.
—Y a tu hermana? Por qué no pintas a tu hermana?
—Mi hermana es un chicazo y pasa de esto. No quiere saber nada de maquillajes ni de cosas de esas —y añadía—. Ahora estate quieto que te voy a pintar los ojos.
Alguna vez había ido yo a jugar a casa de Maria Dolors. Nos sentábamos en la alfombra que había en su habitación a los pies de su cama y leíamos tebeos hasta que se cansaba, se levantaba y se ponía a escribir en su mesita.
—Se puede saber qué escribes? —le preguntaba.
—pues una carta —me respondía.
—Una carta? A quién?
—A la Srta. Pepis —contestaba ella dejando de escribir por un instante y lanzándome un contrariado ademán con el que me indicaba que la estaba desconcentrando.
—Pero... La Srta. Pepis existe?
—Pues claro que existe! —respondía Maria Dolors dejando el lápiz en su plumier, obligándome a levantarme de la alfombra y acercándome a su mesita.
—Mira. Lo ves? En las cajas de sus juguetes hay estas cartas para que le escribamos y le hagamos consultas.
—Oh, vaya! Y qué le escribes?
Maria Dolors se hacía la interesante, apretaba sus labios, ladeaba su cabeza, encogía sus hombros y con cierto aire de suficiencia me respondía:
—Nada... cosas de chicas. Toma. Quieres escribirle una carta?
—Yo? Quita, quita! Te has vuelto loca?
Recuerdo que un mediodía, al regresar mi padre del trabajo y recoger la correspondencia del buzón de la escalera, subió a casa y me dijo que había una carta para mí. Su cara fue un auténtico poema.
—Toma, tienes una carta del consultorio de... la Srta. Pepis.
Acto seguido hizo carraspear su garganta, miró a mi madre con desconcierto y ambos se encerraron en la cocina. Yo abrí mi carta alucinado. Era cierto... la Srta. Pepis... existía!
“Querido Sergi;
Es muy normal que tu vecina Maria Dolors no quiera jugar contigo ni con cochecitos, ni con los Madelman, ni a guerras con tus soldaditos de Monta-Plex. Ten en cuenta que es una niña y que sus juegos, así como su modo de ver la vida son distintos a los tuyos.
De todos modos, y a pesar de que te quejas de ese tiempo de juego que compartes con ella, me alegra saber que accedes a tejer con su Tricomarc, a dejarte maquillar con su juego de maquillaje, e incluso a escribirme cartas. Quizá no se trate de los juegos más adecuados para un niño, pero dice mucho de lo buen amigo que eres, y estoy segura de que Maria Dolors, cualquier día de estos, jugará contigo a cosas que te gusten más.
Me he alegrado mucho de recibir tu carta y espero haberte sido útil en tu consulta.
Quedo a tu entera disposición para cuanto desees. Recibe un cordial saludo:
La Srta. Pepis”.
Pasó mucho tiempo hasta que volví a ver a Maria Dolors. La vida tiene estas cosas. Recuerdo que fue una noche en la que yo estaba haciendo cola para entrar a un teatro de Barcelona. Ella paseaba por la calle con un niño en un cochecito y acomapañada de una amiga. Nos miramos, nos reconocimos y rapidamente nos dimos un cálido abrazo. En el breve tiempo que pudimos conversar antes de que yo tuviese que sacar mis entradas en taquilla, me comentó que el niño del cochecito era su sobrino, es decir; el hijo de esa hermana que según ella, era un chicazo. Su acompañante, Carmen se llamaba, era su novia con la que vivía felizmente desde hacía tres años. Recordamos juntos aquellas tardes de juegos en su casa o en la mía. Me confesó que yo fui el primer y único chico con el que jugó a médicos; evidentemente con el maletín de enfermería de la Srta. Pepis y del modo más inocente del mundo. Finalmente nos despedimos para no volver a reencontrarnos jamás. Ya saben... la vida tiene estas cosas.
Me alegró mucho ver a Maria Dolors. Me gustó verla bien, y me dio que pensar en lo afortunados que somos.
Crecimos en una España de libertades reprimidas, de colegios de monjas, de uniformes, de clases de labores del hogar, de juguetes de la Srta. Pepis... pero a pesar de todo, Maria Dolors fue capaz de hacerle frente a la vida tomando sus decisiones del modo más natural.
Créditos Imágenes: 1) Logo de juguetes de la Srta. Pepis. 2 y 3) Tricomarc de la Srta. Pepis. Colección particular.
Los abrumadoramente baratos bolígrafos de la marca Bic, o más popularmente llamados “boli Bic”, nos convirtieron en unos auténticos ninjas preadolescentes.
De las películas de Bruce Lee, así como de otras de artes marciales en general que se pusieron muy de moda por la década setentera; películas llamadas “de chupilais”, aprendimos que un ninja era un ser entrenado para la guerra y que él sólo se bastaba para sobrevivir ante cualquier adversidad, así como para eliminar a todo tipo de enemigos, siendo capaz de improvisar un arma mortífera con cualquier objeto que cayese en sus manos. Habitualmente los ninjas iban provistos de ciertos elementos letales del estilo de: una katana, estrellas ninja, luchacos, etc. Toda esa parafernalia nos mostraba a esos guerreros ninja como a unos auténticos aficionados a nuestro lado. Un escolar con bata a rayas y zapatos Gorila no necesitaba ninguna de esas armas para convertirse en un verdadero samurai, ya que en aquellas aulas que olían a goma Milan de nata y a Filvit champú, ser poseedor de un boli Bic era como tener todo el poder en nuestras manos.
Qué contar de un boli inventado en Clichy, una pequeña localidad al norte de París por Marcel Bich y por allá el año 1945 recién terminada la Segunda Guerra Mundial. Cómo olvidar sus múltiples utilidades como por ejemplo, la de convertirle en una funcional chuleta tallando delicadamente su cuerpo hexagonal de plástico “que no rueda en la superficie de la mesa” con la aguja de un compás para recordar/copiar aquellos temas duros de aprender. O bien los recreos en los que nuestro boli Bic era transformado en una cerbatana con la que lanzábamos pelotitas de papel mojado con saliva o granos de arroz. Para ello bastaba con sacar la mina, ambos capuchones y el simple boli pasaba a ser una potente arma de asalto. También fue el mejor elemento antiestrés cuando, en los exámenes, lo devorábamos propinándole pequeños bocados y lo esculpíamos compulsivamente con nuestros dientes.
Ya en la adolescencia, utilizábamos el boli Bic para rebobinar las cintas sin necesidad de gastar las pilas de nuestros magnetófonos, e incluso pudimos leer a través de algún medio que algunos servicios de espionaje lo habían utilizado para colocar en su capuchón un negativo y fotografiar documentos secretos de esos que son capaces de poner en jaque al gobierno de un país. O que incluso, algún médico lo lleva en el bolsillo de su bata blanca para practicar traqueotomías de urgencia.
Una joya que... Ah! Se me olvidaba!... Servía también para escribir.
Ser niño es una etapa en la que uno puede quedarse si quiere. No hay ninguna ley que lo prohíba, y para ello... no hay más que cerrar los ojos con fuerza y pedirlo con convicción.
No hay nada malo en hacerse mayor; al contrario, pero el único pecado real que existe, es el de borrar al niño que fuimos de nuestra memoria.
Hay algo que no encuentras? Entra en el almacén y a ver si hay más suerte
MICROMO
En busca de las seis etapas esenciales de la vida:
Una infancia feliz.
Una adolescencia promiscua.
Una juventud exitosa.
Una madurez serena.
Una vejez lúcida.
Una muerte digna.
El Kioskero del Antifaz.
EL ÁLBUM DE FOTOS
Me equivoco si afirmo que todos estos recuerdos son comunes para la mayoría de nosotros?
A dormir pequeñin
Vamos... que uno acababa de llegar a este mundo y en lo único que pensaban nuestros progenitores era en hacernos dormir. El pretexto era que ellos necesitaban hacer lo mismo, pero... Quién en su sano juicio iba a desperdiciar tantas horas durmiendo con todo lo que había por ver?
La hora del baño
Siempre era inoportuna, siempre nos pillaba a destiempo y nos apetecía más cualquier otra cosa antes que la hora diaria del baño. Nuestros padres nos llenaban la "bañera" de juguetes de plástico con los que entretenernos; a veces esa táctica daba resultado, pero otras... no.
La hora del paseo
Nos encantaba que nuestros padres nos sacasen a pasear. Sin duda hubiese sido una experiencia mucho más gratificante si no fuese porque se empeñaban en ponernos siempre... esos dichosos gorros :-(
El poema de Navidad
En la escuela nos enseñaban un poema de Navidad que nosotros recitábamos en familia. Yo aún recuerdo uno de ellos que decía más o menos así: "Ya vienen los reyes por el arenal y al niño le traen oro, pan, vino y pañal. Oro le trae Melchor, incienso Gaspar y olorosa mirra le trae Baltasar".
De bruces con la realidad
De pequeño ya aprendí que siempre hay alguien que tiene las pelotas más grandes y que la competencia en la vida iba a ser dura.
Yo tuve un SIMCA
"Que difícil es hacer el amor en un Simca 1000, en un Simca 1000..." Ya lo decían los Inhumanos en su canción... Si, si, pero eso llegó algo más tarde, lo que realmente era bonito era... jugar con él ;-)
Cuando mi Simca se estropeaba era posible arreglarlo con escasos conocimientos de mecánica, pero es que entonces, nuestros juguetes no llevaban microchips.
También tuve un triciclo
Ya por aquel entonces las suelas de mis botas estaban llenas de polvo y de asfalto. Harley-Davidson's Kid... así me llamaban los que bien me conocían y sabían de sobra que era un tipo duro.
El estrecho balcón que servía de lugar ideal para nuestros juegos representaba para nosotros algo más que la legendaria Ruta 66.
La merienda
No es que hubiese mucho para comer, pero nunca faltaba una buena rebanada de pan con Nocilla para dejar la tripa llena.
Cumpleaños feliiiiizzz...
Por qué negarlo? Aunque ahora éso de cumplir años sea, para algunos, un engorro; de pequeños era motivo de fiesta y gran alegría: la tarta, invitar a los amigos, recibir regalos... siempre caían baratijas de kiosco a manos llenas, algún que otro juguete "de los caros", y como no... la típica tía que siempre nos regalaba ropa pensando que nos haría ilusión. Y evidentemente que por aquel entonces nada de "Happy Birthday", lo que se cantaba entonces era el "Feliz, feliz en tu día..." de los Payasos de la tele, faltaría más!
Los parques de atracciones
Una nube de algodón de azucar, una vuelta al Tio-Vivo, cuatro topetazos en los autos de choque y media docena de caramelos del tiro-Pichón, con eso... éramos los niños más felices de la tierra. Ahora no, ahora si no les llevas a Dineylandia no son nada. Los muy...
Los parques de columpios
Ya por aquellos tiempos se practicaban los deportes de riesgo de los que tanto se habla ahora. Quizá no estaban de moda el Puenting y el Rafting, pero el Toboganing... éso eran palabras mayores!
Montar en ése columpio al que me llevaba mi abuela alguna tarde, siempre fue para mi como cabalgar a lomos de mi caballo y atravesar las Montañas Rocosas.
Wild West
Todos queríamos ser Cow-Boys, desenfundar a gran velocidad nuestro Colt-35 de Joal y decir aquello de: "Ya te dije que no quería volver a verte a este lado del Mississippi... forastero"
Los veranos en la playa
Nosotros nos bañábamos en el mar y nos rebozábamos en la arena, mientras nuestras madres montaban las toallas y las sombrillas y nuestros padres gritaban eso de: "Que vienen las suecaaassss!!"
Los veranos en la piscina
Algunos veranos tocaba ir de "Ruta por España", pasar unos días de hotel, sumergirse en la piscina y ponernos morenitos con el sol de agosto. Yo llevaba siempre conmigo mi piragua hinchable de color verde con la cual flotaba en el agua de las piscinas, pero esa era sólo la realidad. En mi imaginación era un temible pirata que a bordo de su galeón surcaba los mares del sur. Por cierto... perdonarme si en la foto... os doy la espalda.
Los veranos en el pueblo
Los veranos en el pueblo quizá son los más gratamente recordados. Muchos de nosotros pasábamos parte de nuestras vacaciones en el pueblo de alguno de nuestros padres (concretamente yo iba al de mi padre; un pequeño pueblo bañado por las aguas del río Ebro). Allí vivíamos nuestras primeras experiencias en casi todo, nos reencontrabamos año tras año con nuestros amigos, y cargábamos las pilas para el regreso a la cotidianeidad de la ciudad.
La vuelta al cole
Terminadas las vacaciones, con nuestro plumier nuevo y nuestros zapatos "Gorila" recién estrenados, nos disponíamos a volver al cole y a respirar de nuevo ese aroma que era una mezcla entre lápiz de madera, goma Milán de nata y bimbollo de la casa Bimbo
Y llegaron ellas... Las mujeres!!
El primer contacto solíamos tenerlo con las primas; y claro, "cuanto más primo... más me arrimo".
Seguidamente les tocaba el turno a las vecinas. Terete fue mi primera novia (Bendita inocéncia). Era mi vecina y sus padres y los míos se hicieron amigos y nos hicieron pasar muchas horas juntos.
Paseábamos con los elementos imprescindibles que nos asegurasen una buena tarde: un juego de lanzar aros, una comba, un Madelman y... la atenta mirada de nuestras madres.
Ellas llevaban siempre la voz cantante, y bastaba un deseo suyo para que nosotros estuviésemos "a sus órdenes"
Un día ella te dice "Deja de llamarme Terete, me llamo Tere" (se empieza a hacer mayor y tú sigues siendo un crío). Sus padres se mudan a otra parte de la ciudad, se termina todo contacto, y llega... aissss... el primer desengaño amoroso.
La pandilla
Los inseparables que nos pasábamos el día jugando a los piratas, a indios y vaqueros y reviviendo innumerables aventuras con los Madelman y épicas batallas con los soldaditos de Monta-Plex. De izquierda a derecha: Laura, Alberto, el Kioskero del antifaz y Miguel Ángel.
I'm the king of the world!
Desde nuestra infancia, veíamos el futuro como algo alcanzable. Bastaba con estirar bien el brazo... y atraparlo!